El renacimiento del cine

El renacimiento del cine
Foto por Gabriel Camero Gärtner

Por Marco Vélez Esquivia

En los últimos años han salido una cantidad absurda de artículos donde declaran su muerte. En Forbes en el 2017 salió este artículo titulado “The Death Of Film: Moviegoing's Bleak Future Is Rapidly Approaching”, en el 2020 salió este artículo “Is This the Death of Movie Theaters?”, en el 2022 salió este otro “Is the movie industry dying?”, y hace unos días salió este otro: “The Death of Cinema: Are Movies Getting Worse, or Are We?”.

Si ustedes son como yo, que han leído bastante sobre la historia del cine y en especial la historia de su industria, sabrán que esto ha venido pasando desde su invención. El ejemplo que ahora más recuerdo es en 1935, un crítico aleman llamado Rudolf Arnheim declaró que el cine como forma de arte había muerto con la llegada del sonido, y que lo que siguió al silencio fue mera propaganda comercial, una forma bastarda a la que proféticamente llamó televisión.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la televisión llegó a acabar con las películas. En 1957 apareció el poema de Frank O’Hara llamado "To the Film Industry in Crisis". Dos décadas después, la famosa crítica de cine Pauline Kael preguntó "Why Movies Are So Bad?” en Junio de 1980.

Foto por Gabriel Camero Gärtner

It was the best of times, it was the worst of times

Siempre he tenido la teoría que para convertirse en cineasta uno tiene que descender los 3 círculos (del infierno). En el primer círculo, el más grande, estamos todos. Todos los que vemos películas. Luego hay otro círculo dentro del grande y allí estamos los que somos cinéfilos. Y luego está otro círculo, uno mucho mas pequeño, que está dentro de los dos círculos. Ese somos los que nos metemos a hacer cine. No tenemos una decisión, estamos allí atrapados.

Uno de los años que más recuerdo como hitos de mi vida para convertirme en director de cine es 1999. Tenía 14-15 años. Es donde creo que comienzo a acercarme más al círculo de la cinefilia. En ese momento las palabras “universo Marvel”, “Facebook” y “plataformas de streaming” no hacían parte de nuestro vocabulario. Todavía existían las salas de cine, el alquilar VHS, el cine independiente estadounidense de la década alcanzaba una nueva etapa de madurez, y el cine de autor internacional prosperaba con la obra de Abbas Kiarostami, los hermanos Dardenne, Pedro Almodóvar, Olivier Assayas y Hou Hsiao-Hsien.

Foto por Gabriel Camero Gärtner

En solo 1999 tuvimos Fight Club, The Matrix, Eyes Wide Shut, Star Wars Episode I, The Virgin Suicides, Magnolia, Being John Malkovich, The Blair Witch Project, The Sixth Sense, Girl Interrupted, Notting Hill, The Mummy, The Talented Mr. Ripley, American Pie, Office Space, Austin Powers, Dogma, Boys Don’t Cry, Man on the Moon, Cruel Intentions y The Insider. Y eso es de lo que me acuerdo mientras escribo esto…

Y recordando un poco más, ese mismo 1999 salió un artículo bastante extenso del crítico Godfrey Cheshire llamado “The Death of Film, The Decay of Cinema”. Unos años después Susan Montag en el New York Times Magazine, proclamó en su artículo “The Decay of Cinema” el fin de la cinefilia y la “decadencia” del arte que la sustentaba justo cuando el mumblecore americano nacía.

El fin del cine tiene una forma de convertirse en una edad de oro todo el tiempo y que nunca tenemos el poder de verlo. Pero ¿eso significa que no estoy preocupado por el estado del cine? Al contrario. Estoy bastante preocupado.

Foto por Gabriel Camero Gärtner

El apocalipsis por el que estamos atravesando actualmente es que el streaming y la economía post-COVID están conspirando para acabar con el cine como lo conocemos, dejando un puñado de éxitos de taquilla y películas de terror para mantener el negocio del cine abierto mientras la mayoría de nosotros nos sentamos al frente de nuestros SmartTVs a ver docu-series, series distópicas y Game of Thrones (o cómo se llame la nueva serie basada en el universo del viejo George).

¿Estoy preocupado? Por supuesto que estoy preocupado. El espacio cultural en el que han florecido las películas que más me importan y del que soy parte parece estar encogiéndose. La audiencia necesaria para sostener un trabajo original y ambicioso es narcotizada por algoritmos o distraída por doomscrolling. El estado de las películas es muy malo. Y no lo digo yo, lo dicen héroes cinematográficos míos como lo son Jim Jarmusch en una entrevista en The Guardian y David Lynch en una entrevista en Cahiers du Cinéma que dijo que “films are in a bad place”.

¿Está el cine en un mal lugar?

Después de un par de décadas donde hubo una desinversión lenta, la pandemia provocó un cambio acelerado de toda la industria liderado por el mejor amigo del cambio: el pánico. Siguiendo la buena racha de Netflix con Wall Street, todos los estudios corrieron a poner sus apuestas en streaming, sin saber si esa estrategia era la mejor. Y ahora los vemos a muchos de ellos echándose para atrás en esa estrategia. Miramos como Amazon y Apple han decidido apostarle a las salas de cine. Warner-Discovery quiere hacer lo mismo, y hasta Disney está pensando volver a licenciar sus películas a terceros.

Foto por Gabriel Camero Gärtner

En los sesentas y setentas, Roger Corman tuvo bastante éxito creando películas de terror, de ciencia ficción y de acción, porque los estudios estaban concentrados en un tipo de películas, y parecía que no había nada más. Y él salió e inventó un nuevo estilo de películas que revitalizó a la industria.

De cierta manera, lo mismo sucedió con La Nouvelle Vague en Francia. Cansados de lo que estaba sucediendo en las salas de cine, unos críticos de cine crearon una nueva ola cinematográfica y cambiaron el mundo.

Y recientemente estoy sintiendo que las enseñanzas que nos dejó el mumblecore de los 2000s son estas nuevas películas de muy bajo presupuesto como Shiva Baby, Skinamarink y Aftersun, pero artísticamente más interesantes que lo que nos están dando los estudios y plataformas de streaming.

Welcome to the No-Budget Era
With Hollywood living in a time of franchise excess—Marvel, DC, ‘Avatar’, anyone?—the “movies are dead” chorus is growing louder and louder. Film’s unlikely hope? A quirky, brilliant wave of directors who are churning out microbudget features that are pushing what’s possible with minuscule funding.

En Colombia, en el 2022 tuvimos el año con el mayor número de películas colombianas estrenadas en salas de cine en toda su historia y esto no sucedió porque de repente el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico empezó a apoyar muchísimas más películas. Tuvimos 57 películas. 26 documentales y 31 películas de ficción.

Es bastante claro que estamos viviendo una etapa del cine donde las películas se hacen más grandes o se hacen muy pequeñas. Esto también se nota en las salas de cine. Esta semana fue anunciado el cierre de otra sala de cine de un dueño privado. Es bastante triste ver esto ya que lo que termina sucediendo es que las únicas salas de cine que quedan son por parte de las grandes empresas como Cine Colombia, Cinemark y Cinépolis o por salas de cine mantenidas por el estado colombiano como son las salas de las Cinematecas locales y museos acabando con el medio, las salas de cine privadas.

Esto también lo estamos viendo en el mundo de los festivales. Los festivales más importantes son los únicos que tienen asegurado su vida y su valor como lo son Cannes, Berlinale, Venecia, Toronto y Sundance. De resto, vemos cómo los demás festivales están viviendo una revolución y tienen que encontrar un nuevo camino. Tom Hall, programador de Montclair Film Festival, escribió tres artículos que son increíbles sobre lo que están viviendo los festivales.

Si los festivales lo están viviendo, si los cineastas lo están viviendo haciendo películas más artísticamente creativas pero económicamente más viables, ¿por qué las salas de cine no han cambiado sus estrategias? Estamos viendo que la gente está volviendo a las salas de cine. Estamos viendo que por primera vez la venta de vinilos superó la venta de CDs desde 1987. Estamos viendo que las nuevas generaciones están leyendo más libros impresos que e-books.

Las salas comerciales grandes tipo multiplexes están en el juego de la cantidad. Quieren tener tantos espectadores comprando boletas y comprando comida a valor premium como sea posible. Ese es su modelo de negocio. Las salas apoyadas por las alcaldías y por el estado están más interesadas en apoyar y difundir la cultura. Ni siquiera te dejan entrar una botella de agua en las salas. Y no es porque no es su botella de agua, es porque no te venden nada. Ellos no están en el negocio del entretenimiento.

Allí se encuentran las salas mal llamadas alternativas que son privadas. Son salas de cine que saben que vas a venir a entretenerte viendo una película artística. Entonces si te venden comida premium y mejores asientos.

No sé cuantas películas vi en salas de cine en New York cuando viví allá. Me pongo triste cada vez que escucho que cierran una sala de cine a la que frecuentaba. Cada vez que he vuelto, he ido a cine, en especial a The Metrograph o al Alamo Drafthouse. Lo mismo en Paris con la Cinémathèque Française y los Mk2. Para mi, siento un gran placer al ir a cine. Pero la experiencia en Colombia nunca la he podido replicar.

Las salas alternativas comerciales operan muy parecido a las salas comerciales multiplexes. No ha existido realmente una comunidad alrededor de esas salas de cine. Recuerdo ir a Cinema Paraíso con Lina en una de nuestras primeras salidas juntos y nos sentamos a charlar antes y después de la película. Nos tomamos varios cafés y seguramente alguna cerveza después de la película.

Desde ese día siempre hemos soñado con crear una sala de cine. Hace unos meses leí un post en el blog del productor, distribuidor, amante de las películas Ira Deutchman sobre cómo estaba pensando montar una sala de cine en el Upper West Side de New York. Siempre que estamos de vacaciones, Lina y yo soñamos con la sala de cine. Le tenemos nombre y todo. Pensamos en la decoración que tendría. Pensamos en los cócteles que tendría el bar (mi favorito es el Alice Guy-Blanché).

Pero más allá de todo eso, pensamos en la comunidad que generaría. Eso es lo que más nos emociona. Una cantidad de personas que se reúnen en este café / bar / tienda / sala de cine a discutir el cine. Como lo era para esos críticos de cine de Cahiers du Cinéma la cinemateca en Paris. Con mucha inspiración, y haciendo una mezcla entre Third Man Records de Jack White y Alamo Drafthouse, crearíamos esa sala de cine.

Para mi, que hago parte de esta industria y que ama ver cine, creo que las salas de cine alternativas comerciales tienen que ser diferentes. Tienen que tener una personalidad. Ya no pueden ser un sitio que pone películas y tiene un servicio premium. Tienen que crear una experiencia alrededor del amor al cine, y se tiene que notar (y no es solamente poner unos posters de películas viejas). Se tiene que sentir en la programación, en las charlas, en crear comunidad.

La solución no es que mañana alguien lee esto y dice que quiere invertir en mi idea para una sala de cine la cual tendría un café-bar-restaurante donde existiría una biblioteca gratis de libros de cine que puedes leer mientras estás allí comiéndote un sándwich o jugar alguno de los juegos de mesa temáticos de películas con tus amigos tomándote una cerveza artesanal mientras empieza la siguiente función. ¿De qué estaba hablando? Me perdí soñando de nuevo. Ah si… la solución no es crear una tienda llena de DVDs, Blu-Rays, camisetas, posters y memorabilia del mundo del cine (no solamente de superhéroes).

La solución no es tener una programación no hecha al lote semanal donde cada jueves programas la siguiente semana, si no, que creas una programación mensual completamente dinámica y con la personalidad del sitio. Una programación que no solo se trate de lo actual, sino que puedas ver películas de todas las épocas en un gran formato. Nunca voy a olvidar ver 2001 de Stanley Kubrick en una sala de cine en versión 35mm. Y ya la había visto al menos 20 veces en DVD. ¿Por qué no traer esa experiencia de nuevo?

¿Por qué no generar un espacio de charla para estudiantes de cine y personas de la industria que quieren hablar del arte que hacemos? ¿Por qué no incentivar a los nuevos y las nuevas cineastas de tener una suscripción mensual y que puedan ver todas las películas que quieran?

Foto por Gabriel Camero Gärtner

Como pueden ver, he soñado mucho sobre esto. Y la solución no es solamente crear un espacio así como el mío (inversionistas, estoy listo para ustedes!) sino que muchos otros lugares como este nazcan. Que florezcan a partir de una identidad. De una programación. De un estilo de vida del lugar. De un mantra.

Hablando con una productora y ejecutiva israelí que hace series en Alemania, yo le dije que sentía que se venía una revolución. Ella me dijo que la revolución ya había sucedido y que se llamaba Netflix. Yo le dije que eso no era una revolución. Eso era un avance tecnológico no muy diferente a cuando llegó la televisión, el VHS y el DVD. La revolución no sucede por algo tecnológico, sino qué hacen las personas creativas con esas nuevas herramientas.

Es por esto que siento que se viene un renacimiento del cine. De pronto no es un renacimiento comercial como en sus mejores momentos, pero si un renacimiento de creación de arte y de explotación artística. De creación de muchos nichos de mercados más localizados. Si creamos un templo del cine, tenemos que tener predicadores del cine. Entonces tenemos a muchos predicadores aprendiendo a serlo con sus películas de bajo presupuesto, toca crear ahora espacios entre festivales y salas de cine para que puedan ir a predicar.

It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair, we had everything before us, we had nothing before us, we were all going direct to Heaven, we were all going direct the other way—in short, the period was so far like the present period, that some of its noisiest authorities insisted on its being received, for good or for evil, in the superlative degree of comparison only.

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